martes, 25 de octubre de 2022

Celebración de lo invisible


La tendencia actual consiste en infravalorar la vejez y regodearse en la juventud. La efebocracia, que se arraigara entre nosotros a partir de los años ochenta del siglo XX, y que empleara a los músculos y la piel radiante como ariete contra la decadencia y la enfermedad, ha borrado a la senectud de un palmetazo. Vejez que asimismo pareciera invisible cuando se habla del contenido de la literatura mexicana de los últimos tiempos.

Y es lógico: “Cuando uno es joven […]”, dice el narrador de Macho Viejo (2015), “la muerte se contempla como algo tan distante, tan lejano y ajeno a nuestros ímpetus que ni se nos ocurre que algún día dejaremos de existir”.

Sin embargo, queda mucho por aprender en torno a la última etapa de la vida y esta novela de Hernán Lara Zavala (Ciudad de México, 1946) ofrece la posibilidad de experimentarla de manera poco ordinaria, muy diferente a la postración e incapacidad física que nuestra época estereotipa.

¿Cómo se vive la soledad cuando el gran amor de la vida ha muerto? ¿Qué posibilidades existen para ejercer la sexualidad una vez que el vigor amaina? ¿Cómo aparecen las enfermedades? ¿Cómo se encara la muerte?

“Un ser humano no vive para sí mismo sino encadenado a otros”, se dice aquí. “Cuando los que amamos nos abandonan, se enferman o mueren, los contemplamos en su verdadera magnitud. A veces enaltecida, a veces degradada. Lo único que perdura en esta vida y nos justifica ante ella es la constancia, la entrega y la intensidad de nuestros afectos y de nuestras convicciones.”

Así, las respuestas a las preguntas anteriores se despliegan en esta novela con una sensibilidad dulce y tórrida, escenario donde abundan el mezcal, el sol, la humedad sabrosa de la playa, y también el deseo, que nuevamente se calienta de manera inesperada, o donde la alegría fluye una vez más por las venas cuando se recuerdan los momentos que integran una vida.

Macho Viejo es una experiencia que conmueve, se pude resumir de manera sucinta, lo cual a partir de las primeras páginas se sobrepone a la resistencia que el título acusa, ya que macho es un concepto apestado y cuestionable en nuestros días, pero que Lara Zavala retoma con otra intención.

“¿Y macho? ¿Acaso te consideras macho?”, se cuestiona el protagonista. “Menos aún, pues has conocido el miedo, la vergüenza y hasta la cobardía?”

De esta manera, desluce aquí la toxicidad con la que se relaciona ese término: Macho Viejo es más bien una reflexión sobre lo varonil, con sus fortalezas y debilidades; es la mirada de Ricardo Villamonte, médico de provincias y protagonista.

Porque Macho Viejo es asimismo el apodo de Ricardo, quien ha seguido su destino de “la medicina, el mar y Rosa”. Trabaja en Puerto Marinero, un litoral ficticio que se parece al San Agustinillo o Puerto Ángel oaxaqueños.

Es un hombre de sesenta y cinco años, viudo, que a lo largo del libro le irá contando al lector qué ocurrió con su esposa Rosa. “Las relaciones que asumimos de por vida acaban irremediablemente en la separación o la muerte, a veces en la desgracia.”

Tiene amigos como Papá David, un dentista y sacerdote, que lo orienta y cura. También, le gusta el buceo, y gracias a esta afición traba amistad con un pargo, pez recluido en la soledad de una gruta tras librarse del anzuelo de uno de los pescadores de la zona.

Y continúa siendo atractivo para mujeres como Cintia, con quien tiene una aventura y cuya intimidad se muestra con una narración intensa, erótica y piadosa a la vez, que esclarece el tabú de la sexualidad en las postrimerías de la vida.

Macho Viejo es además un médico generoso: perdona el pago a quien no puede cubrir sus honorarios, e incluso recibe terneras a cambio de la consulta. Esto le ocurre con el Gavilán Pollero, donjuán de provincias al que le han macheteado el miembro las mujeres con las que vive, y que se le aparece suplicando ayuda para que se lo reimplante.

Éstas son algunas de las tramas que irán desarrollándose de manera por demás entretenida: al final de cada uno de los cuarenta y seis capítulos el autor deja cabos sueltos que más adelante se retoman. Lo cual evita que la atención decaiga. A esto se suma un estilo conciso, que emociona debido al discurso libre de explicaciones en el que sólo se muestran los ires y venires de los personajes. Como de película. 

Justamente: quizás el único detalle en contra sea el uso de los diálogos. La mayoría son naturales, pero un puñado parece demasiado literario.

La novela está inspirada en la trilogía Puerto escondido, narraciones y vivencias del Viejo (1992), Las historias del Viejo de Puerto Escondido (1993) y Puerto Escondido: Había una vez un paraíso (1997) de Roberto Cortés Tejeda (1936-1999), autor desconocido para la literatura mexicana y quien viviera en Huatulco. Es necesario establecer diálogo con los escritores de quienes nos sentimos deudores, pareciera asumir Lara Zavala en la nota al final del libro, donde habla sobre la obra de Cortés.

Las mejores novelas nos dan la posibilidad de calzar zapatos o sandalias ajenas, como en este caso. La encarnación eficaz en un cuerpo de tinta palpitante, en alguien que desconocíamos antes de abrir las solapas del libro, requiere maestría, tiento, dominio de técnicas narrativas que se perfeccionan con años de práctica. Virtud de la veteranía que el apresurado tiempo de la efebocracia* desconoce. En ese sentido, quien lea estas páginas se halla en buenas manos: Lara Zavala es un autor experimentadísimo, que prodiga recursos técnicos para narrar una historia libre de ambigüedades y abstracciones; con sólo la palabra en bañador, podría decirse.

Macho Viejo es la inmersión en un río por el que tarde o temprano descenderemos. “Ese gran río de estrellas, río de leche lleno de mundos y atestado de luminarias celestes.” Es la constatación de que somos una totalidad, masa acuática en la que abundan las mismas interrogantes, miedos y alegrías, tanto si ya se vivieron, como si su arribo se aproxima. “Somos nuestro pasado, y por ello rememorar cómo se desplegó la intensidad de la existencia en diferentes momentos y circunstancias resulta no sólo placentero, sino estimulante”, dice el narrador. Aspecto que dota al libro de una atemporalidad que se manifiesta todavía en cada uno de sus párrafos a casi siete años de haber sido editado.

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* Neologismo de Leonardo da Jandra (Chiapas, 1951), quien cuenta con otros también muy elocuentes, como plebefobia.

Lara Zavala, Hernán, Macho viejo, México, Alfaguara, 2015, 156 pp.
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Publicado en revista Casa del Tiempo, número 4, época VI, agosto-septiembre de 2022, p. 75-77.