domingo, 11 de marzo de 2018

El hombre de los diez mil pesos


—Vengo a regalarte diez mil pesos —me dijo el hombre parado en la puerta de mi casa; desdobló la cartera que sostenía entre las manos, sacó un fajo de billetes y los abanicó frente a mis ojos—: Anda, tómalos.

—¿Quién eres? —le pregunté.

—¿Te quedas con ellos, sí o no? —respondió.

Miré por encima de su hombro; supuse que vendría con otros sujetos, quienes en cuanto yo agarrara el dinero me saltarían encima, me forrarían la cabeza con cinta para embalaje y me atarían a una silla, para después vaciarme el departamento. Sentí sudorosas las manos; de pies a cabeza me recorrió una sensación de mil pésimos momentos anteriores a éste, metidos en cada poro de la piel. ¡Era atemorizante!

—¡Los tomas o no! —insistió él.

Su rostro pálido estaba perfectamente afeitado. Tenía los labios apretados, de la misma manera en que se finge solemnidad, aunque uno quiera carcajearse, y la luz del pasillo se reflejaba beatífica en sus ojos húmedos, como si la noche anterior los hubiese puesto a descansar en agua bendita. Sin embargo, fue la rectitud del traje oscuro y la corbata anudada de manera precisa y hermosa lo que incrementó mi desconfianza. Nada es tan bueno como aparenta.

—¡Los quieres sí o no!

A espaldas del tipo se agitó una sombra que descendía escaleras abajo y cerré de golpe la puerta, asustado. ¡Eran ellos!, ¡sus cómplices!, casi pude verlos: vestían gabardina, con rollos de cinta ocultos en los bolsillos.

Aliviado, porque su trampa no había funcionado conmigo, pegué la oreja a la puerta para escuchar que el hombre repetía al otro lado:

—¿Quieres diez mil pesos?

Se oyó una suerte de pisadas recorriendo el pasillo, el tintineo de unas llaves que quizá una mano jugueteara.

—¡Pues cómo no! —Reconocí la voz de mi vecino del piso superior, que iba saliendo—. Sólo un loco podría rechazarlos.

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Cuento inédito