«Lorena, eres una chiquilla que apenas sabe limpiarse la cola… por eso debo cuidarte, porque de otra manera vas a andar de cusca, revolcándote con los muchachos… me incomoda cómo te vistes… odio que no quieras ir conmigo a misa… tampoco me agrada que me rezongues ni que te la pases hablando por teléfono… date cuenta, hija: estás desperdiciando tu vida… cuando seas grande vas a agradecérmelo…». La ola se agrandó con los minutos… Al principio, tenía el tamaño de las que suelen untarse a playa San Agustinillo, amables y tibias, de color turquesa… Sin embargo, a ésta se sumó una segunda y una tercera, las cuales, fundidas, irguieron cuatro o cinco metros de mar a lo lejos… Tras discutir con su madre, Lorena había abordado en su ciudad natal un autobús directo a Pochutla… Desde ahí, había viajado a San Agustinillo, Oaxaca, en taxi… Nadie le proporcionó la ruta, ninguna amiga se la sugirió… Simplemente, abrió el mapa en el celular y puso el dedo en un destino del sur… El viaje había sido agotador, porque el nerviosismo de saberse sola le trinchaba los párpados y la mantenía con los ojos pelones, como si tuviera un pingo sentado en la frente… Cansada, había terminado por dormirse con la cadenita, que le había regalado su madre, prensada entre los dedos, misma que había estado antes en su cuello y a veces la asfixiaba… A su arribo al hotel frente al mar, había salido a comer una pizza en un local atendido por italianos originales, o sea europeos, y después se había ido a la playa… Ésta era la historia, pero Lorena había llegado ahí para luchar con la ola, que crecía y crecía en el horizonte… Se embarró bloqueador en la cara y los brazos, pero le faltaba la espalda… A unos metros, había una pareja de jóvenes de piel blanca sentados en una toalla, besándose lentamente, como si lengüetearan un helado… Ella vestía un biquini que rellenaba con sus pechos de manera sobrada… Él se había colocado unos anteojos para sol… En la espalda, lucía un tatuaje de serpiente, una que se mordía la cola… Los saludó en inglés… Eran de Jalisco… Apenada, Lorena volvió a sentarse en su toalla e intentó esparcirse el bloqueador por los hombros y después en la espalda… La pareja se rio al verla contorsionarse por alcanzar aquella piel tan alejada de sus propios dedos… La otra joven le aplicaría la crema, que los acompañara ahí un rato a tomar el sol… Su madre le había advertido que nunca debía viajar sola, por el inconveniente del bloqueador solar y por algunos otros más… Se lo había pedido con esa voz que escupía como vidrio pulverizado, el cual se le había clavado en la piel cuando Lorena guardaba sus pertenencias en la mochila, y la madre se encontraba vociferando en la sala… Ahí había dispuesto dos tazas de manzanilla sobre la mesa de centro… Lorena aborrecía el té… Le gustaba a sus dieciocho años el café negro bien cargado, que tomaba a escondidas, porque si la descubría, su madre solía vaciarle la taza en el fregadero… Algo que la tenía harta, ¿por qué tomar café era un crimen? De esta manera comenzó el argüende de la madre, y la ola en San Agustinillo abrió asimismo sus fauces turquesa… La madre le dijo: «¿Te vas a ir sola a una playa perdida?... allá violan, allá te roban tus cosas y luego qué vas a hacer, Lorena, ¿qué?...». Y la ola desgarró el cielo y arrastró hasta la orilla el vozarrón de las nubes heridas… La pareja le invitó a Lorena una cerveza… Descorcharon la confianza y los tres se pusieron a oír la música que Xavier (ella era Sofía) programaba con el celular a través de una bocina Bluetooth… «¿Qué vas a hacer si te ocurre todo eso?... no vas a ir de viaje, hija… te voy a bloquear la tarjeta del banco con tus domingos, y me entregas ahorita mismo el celular… ¿sacaste dinero en efectivo?... ¡ah!, qué camiona… no quiero que pongas un pie fuera de esta casa… también está pendiente la universidad, carajo, Lorena, es la mejor del país, qué bonitas niñas van ahí, qué señoras tan elegantes son sus mamás, como yo… hazme caso: quédate aquí en la casa… el mundo esconde peligros por todas partes, como si hallaras de repente una coralillo en el cajón de tus calzones… quiero que te quedes… no, más bien, te vas a quedar encerrada así tenga que tragarme la llave de la puerta… ¿entiendes, Lorena?...». La ola oscureció el sol en tanto los tres jóvenes se bronceaban desnudos… Sofía había convencido a Lorena de liberar sus senos… Se reían de Xavier y de su lucha contra la excitación, pues era de libido fácil… La ola crecía como un tsunami cuando a la distancia apareció otro joven con una guitarra al hombro… Vestía bermudas y una camisa desabotonada… La arena que pateaba a cada paso salía espolvoreada a los costados de la misma forma que Lorena había visto al pizzero, a un guapísimo italiano, enharinar el molde antes de meterlo al horno con la masa… «Cuando murió tu padre, le prometí que te cuidaría… él tenía la ilusión de que te convirtieras en administradora… él lo deseaba, hija… él te mira desde el cielo, desde allá arriba… entonces, no me dejas la escuela… te voy a encerrar Lorena… tienes que pensar en mí, en mis sentimientos… yo te eduqué para que la vida estuviera a tus pies, como una reina… digo, es difícil porque tienes muchas pecas en la cara y eso hace que tu piel sea imperfecta… ah, ¡eso es!... si te asoleas, te vas a llenar de pecas, te vas a poner prieta, hija… debes hacerme caso… todo por allá engorda, pero bueno, es lo menos que me preocupa: ¡las drogas!... se meten mariguana y esos muchachos te van a meter mano después… ¿lo comprendes, Lorena?... ¿te das cuenta de todo el pendiente que cargo?... ¡te das cuenta!... mira la buena vida que yo tengo acá, sentada, viendo la televisión por las tardes, al frente del negocio… me encantaría que tú lo administraras, pero hasta el momento desconoces todo, lo que se dice todo de la bisutería… a ver, ¿cómo se llama el modelo de la cadenita en tu cuello?... estás en edad, mi amor… es buena hora… ándale, dale un beso a tu mami y después ponte a leer una revista en tu cuarto… sácate esas ideas de viajar sola… ¡válgame dios!... al rato vas a decirme que quieres mantenerte soltera, sin hijos, y que vas a tatuarte una rosa en el hombro como grumete…». Los veinte metros del muro de agua se vinieron abajo sobre los jóvenes, cuando Pepe, el que había llegado con la guitarra, cantaba: No los dejen entrar / No los dejen destruir / No los dejen dominar... y por las bocas de los cuatro paseaba un cigarro choncho de mariguana… Lorena sintió que la flor del mundo se abría dentro de su cuerpo… En su habitación, en donde hasta entonces había existido polvo y el linóleo de la casa materna, el agua de San Agustinillo reventó las ventanas y empujó con fuerza el plancton de la vida, que la inundó… Los muchachos quedaron sepultados momentáneamente bajo el Pacífico, pero, en lugar de hundirse, nadaron bajo la ola con espíritu juvenil… A continuación, entre las burbujas submarinas, salieron disparados collares de perlas, que al rozar el cuerpo de Lorena se rompieron y las cuentas retornaron mágicamente a las conchas… Bajo el agua, Xavier y Sofía volvieron a besarse y Pepe, quien pataleaba y braceaba de manera veloz, con la guitarra colgada al hombro, tomó de la mano a Lorena para bucear juntos entre los tentáculos de un calamar gigante, algo pinto por la vejez, algo atrofiado debido a los mares visitados, que entre la estela repetía: «Te quedas… basta de camionadas… vas a hacer lo que yo quiera, porque es lo mejor… ¡qué vas a andar de loca, de borracha!... nada de eso: tu vida es cuidar a tu madre, si no, para qué te tuve… nunca más vuelvo a darte dinero… te voy a echar a la calle para que seas una vagabunda… ¿quieres eso, Lorena?, te gusta eso, ¿no?... estás matando otra vez a tu padre, estás matando a tu abuelita y a mí… acabas con tu herencia… la misma que traes al cuello, esa cadenita de las que vendo… por favor, razona, hija…». Sin embargo, los muchachos con la piel bronceada bailaron por la noche en torno a una fogata… Lorena se las había ingeniado para ponerse la cadenita de su madre como diadema: una tira de cabello le caía al costado del rostro, misma que Pepe hizo a un lado al acercar la boca para besarla… A kilómetros de ahí, el calamar se pudría sobre la costa.
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*Este cuento obtuvo una mención de honor en el concurso Caminos de la Libertad 2024 de Grupo Salinas y será publicado próximamente en una antología.
Crédito de ilustración: Pixabay
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